domingo, 23 de junio de 2019

¿Hay límites para la inclusión? - NOTA Dra. Ana María Pardo

En las escuelas nos esmeramos por generar mecanismos que desarrollen la empatía, el respeto a la diversidad y hasta renegar de la desigualdad de oportunidades, promoviendo se instale la idea de que una sociedad ‘vivible’ es aquella en donde sus miembros aprenden a vivir juntos, tal como lo señalan las conclusiones de prácticamente todos los congresos internacionales de educación, de los últimos años. Por otra parte, en esto de incluir al otro, de comprenderlo amplia y profundamente, desde el otro y con su historia para, en definitiva, esforzarse por entender en las multicausalidades de sus decisiones, las alternativas que pudo ver, las oportunidades que tuvo, etc…; y persiguiendo ese fin, se estudian diversos métodos de investigación social, y dentro de ella
, la investigación educativa. Todo esto y más aún en el día a día, trabajando en la construcción del conocimiento, mediante la búsqueda incansable de estrategias creativas para que los estudiantes desarrollen el juicio crítico, no sólo para entender lo que deben estudiar para una materia o un examen, sino para formarlos como ciudadanos responsables, y en ello, como docentes, se nos va la vida. Creo que en general, y a la luz del espíritu de los currículos de todo lo que se estudia en educación, casi nadie encontraríamos en desacuerdo con lo planteado hasta acá. Sin embargo, y producto de la situación que vive una vicedirectora de una escuela secundaria del Departamento de Junín, de la provincia de Mendoza , se me ocurrió el interrogante que titula este párrafo. Pero haciendo un poquito más de memoria, recordé otro caso paradigmático, en donde no sólo se cercenaron las formas por miedo al contenido, como en el caso del lenguaje inclusivo utilizado por la vicedirectora, sino que directamente se estipula que ‘hay cosas de las que, en la escuela, no se hablan’ . Por lo tanto, entra en tensión el silencio y la necesidad de dar discusión, lo que implica enfrentarse a los dispositivos normativos ‘silenciadores’ que nos remiten a la reforma de 1.918, es decir de hace cien años. La Reforma Universitaria concluye que: “El reformismo no fue un hecho que deba reducirse a un glorioso momento histórico, sino que debe pensarse como el mejor legado para redefinir continuamente los postulados de la latente democracia y de todos los derechos humanos.” Considero que las instituciones educativas no escapan a la complejidad conceptual y de sus prácticas, como las demás de nuestras sociedades modernas, y como consecuencia de ello y al no darse las discusiones pertinentes, no le he encontrado respuesta al título.