Quería contarles que cuando
llegué a Mendoza hace más de 20 años, una vecina nos acercó un plato con
empanadas en plena mudanza . Mientras me lo entregaba con la amabilidad de
muchas personas del interior, me dijo que tenía una hija que estudiaba para
maestra y que se había enterado que yo era profesora.. Qué bien! Le respondí
con entusiasmo. Con resignación y con un marcado acento español continuó
diciendo: “soy viuda, es lo que le puedo
dar, acá está el normal. Por eso, aunque sea, que estudie para maestra”. Esa
frase me ha acompañado incómodamente todos estos años…
La labor docente ha ido
adquiriendo a lo largo de la historia límites difusos, que atraviesan los
caminos de la vocación, el trabajo, la profesión y el oficio. Debemos tener
presente que el concepto en sí mismo, se asocia a la función que en cada época
histórica se quiso que el maestro cumpla en el sistema educativo y en la
sociedad. En este sentido, las características que fundamentan la
profesionalidad docente están relacionadas con determinadas categorías sociales
que se fueron forjando en la construcción social del concepto de maestro/profesor
y dejaron huellas en la constitución del constructo “rol docente”, con rupturas
y continuidades.
En los tiempos de
construcción del Estado-Nación el magisterio
se estableció en la articulación compleja entre lo moral, lo vocacional y la misión de funcionario de Estado. En el siglo pasado no se separaba la vida privada y personal del rol docente. Convivían las tareas domésticas con las pedagógicas. Esta idea se encuentra estrechamente relacionada con los estereotipos de género, en virtud de los cuales se asocia a la mujer con la sensibilidad, delicadeza, contención, flexibilidad, tolerancia; en contraposición con los masculinos tales como firmeza, objetividad, inteligencia, astucia, fortaleza, determinación. De manera que en esos años, las educadoras eran consideradas como nanas de elite o segundas madres. También queda clara la fuerte influencia paternalista en cuanto al rol que debía desempeñar la mujer que ejerciera la tarea docente. También se justificaba el precario salario argumentando que era “un complemento” a la remuneración del padre o marido, quienes eran los encargados – según correspondiese – de sostener económicamente a la familia. Es decir, con un salario considerado como “complementario” no pueden solventar sus necesidades básicas.
Sin embargo, la feminización de la educación no fue algo natural, sino más bien una decisión política. La idea era “abaratar costos” y lo dijo el mismo Sarmiento luego de crear instituciones para la formación docente: “La educación pública será menos costosa con ayuda de las mujeres”.
se estableció en la articulación compleja entre lo moral, lo vocacional y la misión de funcionario de Estado. En el siglo pasado no se separaba la vida privada y personal del rol docente. Convivían las tareas domésticas con las pedagógicas. Esta idea se encuentra estrechamente relacionada con los estereotipos de género, en virtud de los cuales se asocia a la mujer con la sensibilidad, delicadeza, contención, flexibilidad, tolerancia; en contraposición con los masculinos tales como firmeza, objetividad, inteligencia, astucia, fortaleza, determinación. De manera que en esos años, las educadoras eran consideradas como nanas de elite o segundas madres. También queda clara la fuerte influencia paternalista en cuanto al rol que debía desempeñar la mujer que ejerciera la tarea docente. También se justificaba el precario salario argumentando que era “un complemento” a la remuneración del padre o marido, quienes eran los encargados – según correspondiese – de sostener económicamente a la familia. Es decir, con un salario considerado como “complementario” no pueden solventar sus necesidades básicas.
Sin embargo, la feminización de la educación no fue algo natural, sino más bien una decisión política. La idea era “abaratar costos” y lo dijo el mismo Sarmiento luego de crear instituciones para la formación docente: “La educación pública será menos costosa con ayuda de las mujeres”.
Las
representaciones del ejercicio de la docencia, históricamente hablando, están académicamente
muy tratadas y responden a un esfuerzo de categorización que va desde el
apostolado hasta lo que pomposamente se considera profesión, intercalando ideas
tecnocráticas y de oficio de su rol. Pero lo que sigue siendo un hilo conductor
es que se trata de tarea muy feminizada, y en ese sentido: débil, en donde el
ascenso del salario solo se puede dar mediante el acceso a cargos de dirección
y supervisión.
Es decir
que la carrera docente no existe como tal, dado que el buen docente del aula
sólo debe esperar hacerse viejo para cobrar un poco mejor, o bien concursar
para un cargo ejecutivo, aunque no sea lo que mejor sabe o le gusta hacer.
Volviendo
al tema del rol docente y su consideración social y desde el mismo sistema, resulta
al menos para mí, algo contradictorio. Por un lado, el sistema educativo
solicita y exige más y mejor capacitación para el ejercicio de la actividad
docente con la mirada puesta en los resultados de las pruebas internacionales en
países exitosos. Pero aquí, esas exigencias no van acompañadas de ninguna
remuneración que las estimule. De manera que, desde lo salarial se sigue
pensando en la carrera docente como un apostolado, una ayuda a la economía del
hogar – desconociendo la enorme cantidad de hogares monoparentales con mujeres
como único sostén- y también, que una vez que el docente ha titularizado en un
cargo u horas cátedras, la lógica reacción es que difícilmente encuentre
motivación para la actualización y la mejora de su tarea, dado que no se pagan
incentivos por las postitulaciones.
Referido
al deslumbramiento que generan los éxitos de esos sistemas educativos en las
pruebas, se recalca que la selección para la carrera docente es muy exigente en
saberes y habilidades, porque la búsqueda es que se constituyan en referentes
sociales. ¿Qué significa eso? Que tienen un compromiso con las problemáticas de
los niños/as y adolescentes y con el acompañamiento a las familias en los cambios
que la dinámica de la vida cotidiana les exige – nacimientos, nuevos empleos,
cambios de ciudad, noviazgos conflictivos, adicciones, etc. En nuestro
contexto, lejos estamos de pretender ese tipo de ingresos a las carreras
docentes. Pero en ese relato sobre los modelos a imitar, se pone menos fuerza
en el contraste de los salarios. La
carrera docente de un finlandés es cotizada porque es muy bien remunerada, por
lo tanto el sistema de selección es muy exigente y en ésta, el compromiso
social de los jóvenes también es considerado para el ingreso.
En
nuestro caso, muchos son los docentes que atienden comedores y en este contexto
de pandemia, entregan bolsones de mercadería y también muchos recorren largos
trayectos para entregar cuadernillos, porque la falta de dispositivo y la
inexistente posibilidad de conectividad, los ha dejado al margen del sistema.
Por supuesto que no son todos los docentes que deben hacer esto, ni en todos
los lugares, porque nuestro país es amplio y diverso; pero, qué se le puede pedir,
por ejemplo a una profesora que recién se inicia, sin antigüedad que aumente un
poco lo que percibe por unas pocas horas que logró conseguir. Inevitablemente
tiene que hacer algo más para mejorar sus niveles de ingreso, razones por las que
tristemente las vemos haciendo trabajos para los que no se necesitan años de
estudio.
El tiempo
ha transcurrido desde aquel postulado pero la consideración del rol docente en
tanto trabajador y profesional de la educación, sigue siendo depreciado salarial
y socialmente hablando, porque cualquiera opina sobre si están capacitados o
no, lo que deben ganar, donde tampoco se considera en la remuneración la mayor
capacitación y hasta se llegó a validar socialmente la posibilidad de
reemplazarlos por voluntarios.
De manera
que, seguir diciendo que la educación es importante y en ese mismo apotegma
también los docentes en tanto profesionales, mientras los salarios siguen
siendo bajos y las condiciones laborales degradantes, es como mínimo demagogo y
cínico. Demagogo porque mantener esa condición salarial y laboral sirve para calmar
a las clases acomodadas que ven con desprecio el destino del dinero para la
educación pública. Y cínico, porque se desvaloriza del peso de las palabras de
los políticos y sindicalistas, en las que muchos ya no creen porque no se
acompañan con acciones concretas que alejen la función social del docente de
ese rol primigenio que Sarmiento descargó sobre las espaldas femeninas, para
que sea menos costoso.
Hay algunos
esfuerzos que tratan de remontar de la paupérrima situación en la que dejó el
gobierno anterior al sistema educativo, pero no alcanza. Es necesario invertir
más y mejor en educación. Asimismo, y con la terrible situación planetaria que
estamos atravesando producto de la pandemia, son los docentes en su gran
mayoría los que, independientemente de su situación de género, siguen
sosteniendo como pueden al sistema.
Y
también, como se trata de un gobierno de científicos, es importante aclarar que
también los hay en educación, que conocen el territorio más allá de lo que
ofrece la televisión o un relato ocasional, a los que se debe apelar para
jerarquizar y profesionalizar a la educación pública argentina en todas sus dimensiones,
y para todos.
Ahí sí, seguramente
esa vecina como tantas, ya no dirá con resignación “aunque sea que estudie para
maestra”, sino que verá que su hija ha elegido una profesión que abriga la idea
de ascenso social y prosperidad como cualquier otra.
Salida en Radio el Mundo: Programa "Vagando por la Historia" de Alberto Lettieri
Salida en Radio el Mundo: Programa "Vagando por la Historia" de Alberto Lettieri