miércoles, 10 de febrero de 2016

La Buena Enseñanza - NOTA

La buena enseñanza es un acto de amor sublime en donde la entrega es total y sincera. Está cargado de bondad porque eso de que “la letra con sangre entra” es historia antigua en cuanto a lo físico – espero- pero no tanto cuando hablamos de lo psíquico y lo espiritual. En nombre del ejercicio de la enseñanza se continúa haciendo mucho daño. Por ello, creo que es muy importante superar el maltrato cotidiano en el acto educativo. No me detendré ahora a describir los múltiples ejemplos de crueldad, humillación, aprovechamiento de la desigualdad de poder: autoritarismo, negligencias, falta de conocimiento de lo que se pretende enseñar, irrespeto a la palabra empeñada o al tiempo de los estudiantes, entre otras tantas faltas y arbitrariedades que se cometen a diario. Sino que trataré de guiar mi discurso hacia lo que considero es, o debería ser, “la buena enseñanza”. La buena enseñanza es la entrega total porque se transmite lo más sagrado que tiene el maestro como persona: “las pasiones”. Sólo puede educar quien contagia las pasiones que lo movilizan más allá del oficio o profesión de maestro. ¿Qué pasiones?
La primera y la más importante: la pasión por la búsqueda constante y curiosa del conocimiento. Me refiero a esa necesidad de aprender porque nos comprendemos seres perfectibles e inacabados, pero como un todo en donde la articulación de ideas, procedimientos y habilidades que son utilizadas fuera del ámbito escolar, sean susceptibles de trasladarse como capacidades e intereses hacia los objetivos curriculares. La segunda pasión, y relacionada con la anterior, consiste en organizar las búsquedas y encontrar explicaciones sin prejuicios dogmáticos que nublen la desconfianza natural que conlleva el aprendizaje, alimentando la necesaria dosis de intriga que encarna el querer saber sobre el origen, funcionamiento, proyecciones- entre otras cualidades- que tiene la realidad. Son los recorridos exquisitos de caminar a tientas, de no comprender del todo, vivir la alegría de encontrar una pista y descubrir o conjeturar la explicación hasta que se comprueba la evidencia que la transforma mágicamente en verdad revelada. Un sendero de luz que se transita sin el peso de las respuestas “porque sí – porque lo digo yo”. La tercera, tan importante como las otras dos, se refiere a la cualidad casi maternal de abrigar y propiciar el desarrollo del pensamiento creativo en cada uno de los aprendices, jugando, con humor y aplaudiendo como un chico siempre las nuevas ideas, las viejas remozadas, las de vida corta y también los errores porque nos enseñan que por ahí no es, que ese ensayo no nos conduce hacia donde queremos. De esta manera se desarrollan dos actitudes fundamentales, la tolerancia a la frustración, manteniendo viva la autoestima y la autogestión del aprendizaje, inculcando que ‘todos pueden’ si se desea con fuerza y se le imprime la voluntad necesaria. Esto genera confianza en el docente y en el conocimiento, entendiendo que es mejor estar capacitado porque las oportunidades pueden ser aprovechadas por quien está preparado. Me parece que con premisas como las señaladas anteriormente nos orientamos hacia actitudes propositivas como la apropiación del proceso de aprendizaje por parte de los estudiantes y, por parte de los docentes, asumir la conducción de los procesos educativos hacia el destino de la buena enseñanza.