El mendocino común tiene un apego orgulloso a las instituciones, parco, algunos lo atribuyen a un espíritu montañés, permítanme poner en duda la razón. También es adepto a la cultura del trabajo y con ello, todo lo relacionado con la vitivinicultura, aunque de la misma devengan múltiples problemas todos los años durante los procesos como las heladas, la piedra, el riego, la demanda ocasional de cosechadores. Luego, su comercialización en el mercado interno y externo… todo y cada uno de los pasos constituye un problema cuya intensidad entra en un ‘impasse’ en las fiestas vendimiales y mucho menos se recuerdan en la Fiesta Central. Esos días es
todo alegría por la fiesta, su coreografía – aunque cambie poco cada año-, la hinchada de cada reina que representa con orgullo a su departamento. Son dieciocho y los turistas se incorporan deslumbrados al fascinante carrusel, la Vía Blanca y la fiesta con sus repeticiones. Los mendocinos debaten en los cafés y en encuentros ocasionales en las veredas, al más puro estilo de los especialistas en dirección técnica de los equipos de fútbol de los lunes a la mañana, sobre todos y cada uno de los detalles. Vestidos, luces, música, si hubo o no fuegos artificiales, los artistas invitados… en estos días las conversaciones sobre el valor de la uva y del vino quedan reservadas a ámbitos acotados porque nada debe empañar la Vendimia.
En todo este bagaje de detalles cotidianos la protagonista central siempre es el agua, como valor vital en este desierto. Las preocupaciones pasan por la limpieza de los cauces y acequias, las tarifas, los cupos para riego, las obras que se hacen, que se necesitan, los cortes, su escasez, si nevó lo suficiente… y en ello, la Ley N° 7.722 como patrimonio conseguido y custodiado celosamente de manera permanente.
El logro de esta Ley significa que Mendoza, como provincia minera, se compromete a continuar con esta actividad importante pero con el cuidado del agua. Este espíritu es hacia el que se conducen los países que tienen minería.
Conforme a este corto relato que constituye la idea de “vida” de los mendocinos, no se entienden las razones de la modificatoria a la Ley y mucho menos el acompañamiento de la oposición, dado que el gobierno actual lo tuvo entre sus propuestas de campaña, no así la fuerza que quedó en segundo lugar. Ir en contra de la Ley 7.722 o apelar solapadamente a que se trata “solo de una modificatoria” cuando en realidad es habilitar el uso de sustancias altamente contaminantes, significa simplemente desconocer lisa y llanamente la idiosincrasia de los mendocinos.
Las explicaciones de lo que algunos legisladores denominan “la alta política” y que es a lo que están llamados, se encontraron con un pueblo que despertó del letargo de la siesta y levantó su voz al unísono en un “EL AGUA DE MENDOZA NO SE NEGOCIA”, y con la convicción de ser escuchado en un diálogo entre los representados y representantes, puso un límite contundente a una decisión que atraviesa a las dos fuerzas políticas mayoritarias. El gobierno provincial, fiel al estilo neoliberal y muy lejos de escuchar al pueblo y su preocupación, decidió reprimir. No obstante, este pueblo pacífico está muy lejos de disciplinarse con los gases, balas, palos y motos que él mismo paga.
*Dra. en Educación. Docente e Investigadora
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